Cuando hablamos de Internet de las cosas, IoT por sus siglas en inglés, las «cosas» son cualquier objeto cotidiano con conexión a Internet a través de redes fijas o inalámbricas que puedan enviar y recibir información, sin necesidad de la intervención humana.

Internet de las Cosas no se reduce a añadir sensores a las “cosas” para que cada vez tengamos más dispositivos conectados a Internet. En realidad, el objetivo que se persigue es conectar personas, procesos y datos con la finalidad de aprovechar la información que se genera a nuestro favor.

En los países desarrollados, el Internet de las Cosas ya es una realidad. El mundo físico y el digital cada vez están más unidos gracias a la reducción del tamaño y del coste de los sensores, a la posibilidad de disponer de una conexión a Internet en todo momento y al desarrollo de aplicaciones que ponen en uso la gran cantidad de información generada por todos los objetos conectados.

Resulta intrigante imaginar hasta donde llegaremos y te preguntas donde pondremos los límites para no perder nuestra intimidad.

Imagina vivir en un mundo en el que tienes un inodoro que analiza tu orina, una báscula que registra tu peso, un frigorífico que registra lo que comes, un reloj que controla los kilómetros que corres y las pulsaciones que tienes, un smartphone que tiene visibilidad sobre tu agenda y tus contactos. Si todos estos dispositivos pudiesen relacionarse entre ellos y enviar de forma automática la información que recogen a los contactos que les autorices, tu preparador físico podría ajustar tu rutina de ejercicios mientras duermes, tu dietista establecerte una nueva dieta y el médico revisar tus analíticas. En este mundo hipotético, posiblemente al llegar a casa descubras que tu frigorífico ya hizo la compra online incluyendo los alimentos que recomienda tu dietista, el reloj te despierte para que completes tu rutina diaria de ejercicio y tu inodoro te haya pedido cita para que visites al médico porque ha detectado que posiblemente tengas una infección urinaria y había un hueco libre en tu agenda el lunes a las nueve.

Internet de las cosas evolucionará y desde luego incluirá a la humanidad. Ya existen aparatos que los hombres llevan incrustados en sus cuerpos y que están conectados con su médico o que permiten a la policía localizarlos si fuesen secuestrados. Llegados a este punto nos preguntamos hasta donde llegará la ambición de los hombres.

Por ejemplo, ¿qué pasará si en un mundo tan competitivo como el nuestro, alguien decide implantarse una prótesis en los ojos con funcionalidades de realidad aumentada? ¿Cuánto tiempo tardarán sus competidores en implantarlo para gozar de las mismas ventajas? Es más, ¿cuánto tardarán en implantarse algún otro dispositivo que le aporte nuevas ventajas? ¿Dónde pondremos los límites? ¿Qué porcentaje de nuestro cuerpo serán “cosas”?

A medida que estas tecnologías vayan evolucionando, viviremos en un mundo cada vez más hiperconectado, donde muchos de los objetos cotidianos dispondrán de una referencia digital, usando una tecnología similar a RFID (Radio Frequency Identification), y llevarán integrados sensores y dispositivos que les permitan estar conectados a Internet en cualquier momento o lugar para que puedan relacionarse entre ellos, ser monitorizados y controlados de manera inteligente. Los dispositivos móviles serán los ojos y los oídos de las aplicaciones y estarán comunicados con el resto de las cosas.

La cantidad de información que se procesará por segundo será enorme y todo esto supondrá una gran oportunidad para los fabricantes de todos los sectores y un gran desafío, en particular, para los que desarrollamos software porque tendremos que idear soluciones que exploten toda esta información para generar valor a los usuarios.